Sintiéndose morir Adriano, preocupado por dejar el imperio romano en las mejores manos, se fijó en un adolescente muy prometedor llamado Marco Aurelio. Sin embargo, su juventud y su inexperiencia política desaconsejaban su designación como heredero. Así pues, Adriano se decidió por un candidato más adulto y sumiera, Antonio el Pío, a quién impuso a su favorito como sucesor. Una vez llegada al trono, Marco Aurelio no defraudó la confianza de sus predecesores y estuvo a la altura de las circunstancias, a pesar de la inestabilidad militar de las fronteras danubiana y parta o la imparable epidemia de peste que ni el más famoso de los médicos de la antigüedad, Galeno, pudo reprimir. Así pues, nada ha oscurecido la brillantez de este monarca capaz y gran amante de la filosofía, que, en medio de tantas guerras, encontró tiempos para escribir sus “Meditaciones”.